Disfrutaba
de cada segundo que la noche le permitía vivir. Le gustaba tomar cafeína para
ser dueña de sus sueños, un pequeño asunto con Morfeo que tenía sin resolver.
Marian bailaba con música para sordos a lo largo de la
azotea del edificio en que vivía, le gustaba sentirse libre y el aire frío
ayudaba a recordarle lo viva que estaba. La oscuridad era su mejor aliado para
ocultarse de todos aquellos a los que tenía miedo de ver y enamorarse pues ya
había pasado por eso y sabía que implicaba dolor y compartir sonrisas con
alguien que al final no las merecería.
No, Marian hacía tiempo que había terminado con ese capítulo
de su vida. Nunca más quería ser una primera persona del plural, había
renunciado a eso y en su lugar era simplemente Marian, la chica que subía a
bailar a la azotea desde la que él siempre la observaba, temeroso de que nunca
pudiera decirle lo mucho que le gustaban sus lunares y de que en su azotea
había sitio para bailar más de uno bajo la oscuridad, sin necesidad de
palabras, música o sonrisas, sólo ellos, una tercera persona del plural que
observaría el único amigo en común que tenían, la oscuridad.
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