15.3.14

Eme

Trato de engañarme a mí misma con que es lo mejor, con que me hará feliz, con que es cuestión de tiempo. Las prisas nunca son buenas, me repito una y otra vez en mi mente pero no me produce ningún tipo de tranquilidad.
Y me empeño en creer que son las dudas de toda novata, la inseguridad por empezar algo nuevo pero es inevitable darse cuenta de que no son más que mentiras piadosas que me cuento a mí misma.
Quizás el problema todo recae en mí, que no soy capaz de amar y ser amada. Quizás el amor me ha vuelto un ser insensible que no es capaz de soportar dos palabras bonitas juntas por miedo a que sean mentira y me destrocen como ya hicieron antes.
Y aun así la bondad no me convence. La atracción del mal, esa atracción más irresistible que las propias caricias y besos de un ángel.  Sentir el poder en tus manos cuando dominas una situación que podría superarte. Retos que se te presentan una y otra vez y que vas superando.
Pero la llanura de la felicidad es algo tan utópico que una vez se me presenta me obceco en buscarle el engaño, la trampa a la que estoy acostumbrada. Pero no la hay, y eso me impide avanzar.
No puedo crear amor de donde no lo hay, por mucho que lo intente o haya intentado y sería continuar mintiéndome a mí misma con excusas burdas como la compañía y el abandono de la soledad.
Sé que comparar y mirar hacia atrás no es bueno, pero una vez has sentido algo con alguien sabes lo que es y notas cuando no lo sientes.
Yo he querido, creedme que lo he hecho. He amado con todas mis fuerzas a alguien que no lo hacía, alguien que se limitaba a saciar el instinto animal. Así me siento ahora, usando a la otra persona, con la diferencia de que no voy a permitir que la otra persona salga herida porque sé lo que es eso y no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.


Así que lo he hecho, he dado la cara porque así lo creía correcto y así lo merecía el otro implicado en la relación. “No siento nada y no quiero hacerte daño” es el mensaje que quise dar bajo palabras no tan íntimas, pues tan sólo soy capaz de expresarme al completo bajo letras, tal y como lo estoy haciendo ahora. Supongo que será otra de las consecuencias del síndrome del escritor, de aquel cuya voz son las letras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario